Banana Leaf

Qué cosas. Otra vez escribo sobre el magno acontecimiento que tendrá lugar en mi empresa el viernes; el almuerzo navideño. Digo magno porque es el único; sólo la Navidad consigue dar un motivo para juntarse. Y es magno también porque, sabiendo escuchar, el discurso final marca cómo será ese año, y si acaso lo podrás ver o no en primera línea:



Banana Leaf es uno de esos restaurantes con encanto. Me refiero al de la calle Denman en Vancouver. Uno entra y apunta su nombre en un pizarrín bajo una casi siempre generosa lista y espera su turno en la antesala de lo que es un discreto, pequeño, ténuemente iluminado y muy bien distribuido comedor.



Parece como si te sumergieras en alguna de esas escenas de las ciudades del sudeste asiático de los años veinte del siglo pasado. La carta, un exquisito repertorio de platos típicos o adaptados de la cocina malaya... todo lo demás lo pone uno y la conversación que tenga con su o sus acompañantes a la mesa.



Recuerdo con especial cariño ese sitio, y dos particularidades. La primera es el propio nombre; en la cocina de muchas regiones asiáticas, incluida Malasia, la comida se sirve en hojas de platanera. Qué casualidad que aquí es motivo para el ornato y la artesanía, nuestra querida ristra. Sé de buena tinta que muchas cuando dicen saber trabajar sólo en el plato no andan muy descaminadas a tenor de lo expuesto... aunque eso sí, desde otra perspectiva. Ese es el motivo por el que sonrio y declino amablemente. Ya sé comer.



La segunda particularidad de la cocina malaya, y por la que la recomendaría como menú navideño no sólo para mi empresa sino para cualquier otro colectivo de humanidad laboral, es que en la mesa no se usa jamás el cuchillo. En Banana Leaf simplemente te ponen un tenedor y una cuchara cruzados, no se necesita otra cosa.



Pienso en la cantidad de puñaladas, traperas o no, que en las susodichas celebraciones nos ahorraríamos... y en la vida. Está más que demostrado que no merece la pena al final pues siempre por una parte hay vida al otro lado del muro que creemos ver y después de todo, pues todo cambia para que todo siga igual; llega sangre nueva que siempre nos aparta... todo es una invitación a crecer que se puede tomar como una patada en el culo o como una palmada en el hombro.

El discurso será, empero, lo más interesante aunque haya que soportar el hecho de que casi nunca se escucha con la debida atención; se elige la última hora cuando la atención está baja. El año pasado el orador retó a un grupo, el privilegiado, a que si encontraban un convenio mejor en España aceptaría en la negociación del mismo cualquier condición... nunca supe el desenlace de ese órdago pero se anunciaban las elecciones sindicales de este año.
De los procesos consultivos siempre hablo después, no porque tema influir sino porque no se debe intervenir a no ser que se sea actor:
No creo en las políticas sindicales de mi entorno. Yo no creo pero para desgracia sindical sus electores ni siquiera saben; algunos ni que habrían elecciones y otros, peor, qué utilidad tiene eso. Quizás sea mejor así.
Mientras unos tengan "el mejor convenio de España" y la mayoría silenciosa sólo un "lo establecido en el Estatuto de los Trabajadores" habrán, por decirlo suavemente, desequilibrios. Quiénes pretenden enmendarlo fueron los mismos que lo crearon. Me recuerda a mi antigua facultad; los de los cursos superiores negociaban los cambios para que a ellos no les afectaran... los de atrás, los de abajo, poco importan.
Pero todo es como los gallineros; por el día las gallinas si picotean unas a otras por el favor del gallo, y el gallo hace dos grupos; apestadas y favoritas. Mientras pelean por el día por la noche es el gallo quien duerme sobre todas ellas y las caga a todas.

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