HornAfrik

HornAfrik es algo así como una de esas pequeñas velas encendidas en las vigilias de protesta. Pequeñísimas lucecitas en medio de la oscuridad susceptibles de apagarse al más mínimo soplo pero con la fuerza suficiente para remover conciencias.


Es el nombre de la primera estación de radio independiente que emite en radio, televisión e internet desde Mogadiscio, capital de Somalia.


El pasado 11 de agosto se volvió famosa esta estación de radio... cuando mataron a uno de los periodistas y al día siguiente a otro que iba al funeral. Habían sido tres los pioneros, tres somalíes de adopción canadienses. Quizás si no hubiesen sido canadienses hubieran sido anónimas estadísticas pero merecieron un puesto por unos días en el olimpo de la CNN.


Sobre Somalia, HornAfrik y la triste cifra de periodistas asesinados o silenciados año tras año no voy a hablar. De esta noticia, que por cierto, no hubiera sabido a no ser que hubiese estado en Canadá pues para la perspectiva española Somalia queda lejos, empero lo que me llamó la atención fue la pregunta de por qué.


Tres muchachos de origen somalí, residentes y ciudadanos canadienses, deciden emprender el proyecto de HornAfrik y emitir desde Mogadiscio, una de las ciudades más peligrosas del mundo, en un país sin Estado y donde tu vida no vale ni una crítica... no me quiero ni imaginar si apareces por allí con zapatillas de marca.


¿Merece la pena?. Sales de un país donde el conductor del transporte público, puntual y eficiente, te da los buenos días al subir y al bajarse el pasaje dan las gracias. Donde tomas un periódico de una caja abierta y pones tú el importe dentro junto con el resto de la recaudación y nadie lo roba ni se va sin pagar... y vas a Somalia.


No puedes cambiar la dinámica de una situación que lleva escribiéndose con sangre desde hace más de una generación, incluso te preguntas si no te arrastrará a ti aunque, después de todo, es tu país, tu gente... aunque no tu modo de vivir ni de ver las cosas. Eres extranjero allá y acá más de lo mismo, sientes la tierra pero no comprendes a sus gentes.

Emigrar siempre ha sido un proceso estresante pues conlleva una adaptación entendida como asumir una nueva identidad. Normalmente el proceso es pasar de lo malo conocido a lo que se cree bueno pero que es distinto, duro y muchas veces excluyente. En el último siglo de la nostalgia hemos pasado al Síndrome de Ulises, es decir, de la propia dificultad individual al estrés que impone un nuevo entorno hostil pero al que se emigra por nuestra natural aspiración a mejorar y progresar.

Este caso es al revés, del paraíso al infierno, o tal vez no. Puede que volvieran a donde nunca estuvieron porque en Canadá hubieran seguido siendo periodistas de segunda enterrados en una gigantesca redacción y en Somalia, donde todos ciegos el tuerto es rey, tenían una oportunidad. O bien lo han hecho no ya por un deber cívico o patrio sino por buscarse a sí mismos, por tener una identidad y forjarla en la tierra de sus orígenes.

Buscarse a sí mismo es una poderosa razón para hacer cosas que nos parecen una sinrazón desde fuera.

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