Puma Punku


Hay lugares en el planeta que por alguna razón suscitan en nosotros el asombro o el recogimiento ante lo que fuimos o pudimos haber llegado a ser. Tiwanaku o Tiahuanaco en el altiplano de Bolivia es uno de esos lugares en que uno aún dejando volar su imaginación no alcanza a comprender del todo la grandeza que ve.

Puma Punku es en realidad una serie de terrazas flanquedas por enormes bloques de piedra que se encuentra dentro del recinto de la antigua ciudad de Tihaunaco (Ciudad de los Dioses). Coincidencia o no tiene unas dimensiones similares a la Pirámide de Gizeh en Egipto y también está alineada con una constelación de estrellas. Junto con la Puerta del Sol son los dos monumentos más señeros del complejo de Tiwanaku.
Ya de por sí el lugar impone; el altiplano boliviano, su singular dureza y áspero clima por lo que parece mentira encontrar una ciudad que en otro tiempo debió ser deslumbrante con una arquitectura singular de la que sólo quedan restos pero que dan una idea de la complejidad técnica que alcanzaron sus visitantes pues hoy día aún no hay explicaciones lo suficientemente convincentes y definitivas sobre cómo lo hicieron; monolitos de varias toneladas transportados desde grandes distancias y en los que se han hecho cortes, incisiones y encajes que hoy día ni con los más sofisticados tornos resultan fáciles de hacer, hasta el punto que Tihaunaco se dice no puede ser reconstruido o replicado en su forma original con la tecnología actual.
Y es esta singularidad la que, junto con otros vestigios arqueológicos que representan desafíos y paradojas a la explicación de la ciencia oficial en restos de otras culturas del planeta, lo que apoya a Erich von Däniken y otros investigadores para sustentar la teoría de que en algún momento de nuestro pasado como especie recibimos la visita de otra especie,o varias. Desde el mito de la creación Dogón hasta los escritos del profeta Ezequiel, de un continente a otro, de una cultura a otra, los mitos parecen casi coincidir en la intervención de entidades superiores en algún aspecto al momento evolutivo en que estuviera nuestra especie... no encontramos mitos que vayan en dirección opuesta; que nosotros hayamos ayudado en el crecimiento de otra especie.
Recuerdo en mis viajes a sitios arqueológicos señeros que los guías solían despacharse a gusto con los que osaban preguntarles por esas interpretaciones o teorías en el sentido de considerarlas meras estrategias comerciales para promocionar el turismo o bien atribuirles toda suerte de desvaríos y carencias afectivas a los adeptos y promotores de esas teorías, vamos, chiflados sugestionados por atractivas mentiras. Lo cierto es que tan furibunda reacción es lógica si se piensa que esa idea desafía el eje fundamental de nuestra percepción del mundo; nuestro antropocentrismo.
La hipótesis de los extraterrestres es en esencia no falsable, es decir, no se puede demostrar que sea cierta o no. Representa una frontera en la Arqueología como lo es para la Física la Teoría de Cuerdas que adolece del mismo problema. En ciencia poco importa si fueron o no los extraterrestres quienes hicieron algún monumento... lo que inquieta de esa idea es que si fuera verdad todo nuestro entramado de creencias debería ser cuestionado. Una crisis de fe pues lo "divino" se encarnaría en una presencia física que además tendría su propio modo de pensar. En cierto sentido se perdería el ejemplo inalcanzable que nos motiva a crecer.

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