Piedras

Están por todos lados, prácticamente a la patada, aunque eso sí, debajo de ellas en pocas se encuentra alguna moneda. Hablo de las piedras.

Las piedras nos cuentan una historia con su silencio y su aparente eternidad; cuentan desde el origen de la Tierra hasta cómo nosotros nos fuimos asentando en ella. Como siempre han estado ahí me es difícil sintetizar lo que nos cuentan pero a mí me ha consolado en cierto sentido su permanencia.

Hay paisajes que no se entienden sin su presencia apilada, cuesco a cuesco, en un orden determinado. Me refiero a los bancales que sujetan la tierra de cultivo en las laderas. Los paredones, muros de piedra, son más altos cuanta más tierra fértil hay que retener. Así los del sur son largos en distancia pero bajos en altura mientras que al norte son cortos pero pueden ganar bastante en altura, y casi siempre tendentes a formar un cubo o paralelípedo geométrico. En series sucesivas van formando bien hileras estrechas en el primer caso o muros escalonados en el segundo.

Antes ser paredonero, el experto en disponer estas construcciones, era un oficio muy considerado. De ese prestigio sólo quedaron las propias piedras que dispusieron aunque el tiempo, siempre el tiempo, los saca de vez en cuando del olvido.

Los paredones deben cumplir dos condiciones:
  • Aplomados: La resistencia del paredón depende de que las piedras estén perfectamente aplomadas en la vertical y en la horizontal. Se usaban la plomada y el hilo a nivel respectivamente empezando por hacer una zanja en lo que sería la base del muro y empezando a alinear las lajas, piedras con formas planas y estrechas, en el suelo.
  • Esquinados: hacer las esquinas o vértices de los paredones era lo más complicado porque estas aristas cosían una hilada de piedras con otra y les daba consistencia. Para hacerlas resistentes a las fuerzas de empuje de la tierra y al propio peso del muro debían disponerse en las esquinas piedras planas por arriba y por abajo y tras ellas un relleno de piedras menudas que relleran el ángulo interior de las mismas.

El paredonero tenía a su disposición cinceles y una maza; principalmente usaba la maza para alinear las piedras al hilo y partir o recortar las piedras para que encajaran entre sí.

En la Gomera curiosamente la maestría de estos profesionales no se aprecia bien en los llanos, que también , sino en las obras civiles que aún hoy siguen usándose pero que nadie ve. Son obras maestras los muros de relleno y contención de las carreteras insulares. Algunos contrafuertes aún se conservan de los años 30 del siglo pasado o anteriores y permiten apreciar el trabajo esmerado de los mismos, y su calidad pues siguen cumpliendo su cometido.

Sucesivas obras los han ido tapando o desmontando, y ya no se confía sólo en la fuerza de la piedra sino que los muros se refuerzan en su interior con hormigón cuando no directa y simplemente se reviste el mismo con losas de piedra para disminuir el impacto ambiental, vamos, hacerlos lucir bonitos.

Con las piedras también se hicieron muchas casas aunque para esto no se podía hacer igual que un paredón; se hacía con la técnica del doble muro en que las piedras se disponían en dos paredes en cuyo centro a modo de argamasa se ponía barro. El cometido de estos muros era el de aislar las casas del frío, cosa que conseguían muy bien pero no tanto así del calor por lo que en el sur de la isla se enfoscaban los muros con cal mientras que en el norte no era tan frecuente salvo en casas señoriales, dejando pues los muros a "piedra vista". El desafío en estas casas eran las puertas y ventanas que necesitaban ser convenientemente apuntaladas con maderas que resistieran el peso y la pudrición. Debieron hacerlo bien pues a menudo lo único que queda de esas casas son precisamente sus muros. Lamentablemente su punto débil es precisamente el techo pues al caerse el agua entra por arriba sobre el barro y va disgregando esas paredes.

También las piedras pueden ser un objeto de uso diario, para esto estaban los canteros que sólo usaban ciertas clases de piedra. Normalmente usaban la tosca, un tipo de toba volcánica o la piedra pómez. El otro día en una visita a la Gomera profunda me llamaron la atención unas piedras para lavar cochinos; se usaban en el día de la matanza para retirar la piel y las cerdas... ciertamente rascaban mucho. También hacían otro tipo de objetos, los más conocidos las piedras de molino y de lagar que sólo se pueden hacer con un tipo de piedra, así llamada,"piedra molinera" que tiene la propiedad de no desportillarse o desprender polvo cuando son frotadas unas con otras y los braseros que se hacían con forma de cuenco y un agujero en el fondo para extraer las cenizas. Tenían un funcionamiento curioso; no se hacía el fuego en ellos sino que se echaban en su interior las brasas y estas calentaban la piedra que luego radiaba calor.

El tiempo introdujo nuevas herramientas como el diamante y materiales como el cemento que dieron una nueva dimensión al uso de la piedra, aunque en mi opinión no siempre de forma afortunada:

La piedra revistiendo interiores tiene la facultad de hacer cálidos y transmitir solidez a los mismos pero también transmite lobreguez, y ciertas piedras incluso pretensión, si el espacio entero se cubre con ellas o bien no se dispone un tragaluz que rompa esa solidez. En las dos últimas décadas del siglo XX estuvo de moda entre la élite de arquitectos el uso de la piedra en interiores... y el hormigon desnudo en exteriores. De aquella época del mundo al revés o de la fantasía quedan espacios que habrán recibido muchos premios de arquitectura pero que a mí me resultan asfixiantes.  Sin luz artificial resultan parecer cuevas, y sin aire acondicionado... mejor ni imaginarlo.

Y esa es la historia silenciosa de hoy, la de las piedras.

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