Compañeros


Como buen chico de campo, triste me sentí ya hace mucho tiempo cuando tuve que dejar mi amada soledad de la tierra. Trabajar la tierra nunca me ha gustado pero estar rodeado de ella sí.
Cuando llegué a la universidad todo era cemento y asfalto. El tiempo escaseaba si uno pretendía hacer mérito para sacar la carrera, así que si pretendía mantener aunque fuera un ligero vínculo con la tierra lo único que podía "criar" era un cacto; poco exigente, barato y si se moría no me daría tanto dolor como sí sonrojo por mi abandono.
No me pregunten los posibles lectores por qué pero a menudo a las cosas que tengo y que percibo masculinas las apodo "Manolo". Manolo fue mi primer coche con el que casi me estrello, aunque yo pude más que él y al final cuando me fui a Canadá se le rompió el tubo del escape y no me pasó la ITV porque estaba atado con una cuerda... el otro Manolo, el cacto, que en su día me costó 500 pesetas sí que sobrevivió.
Es desde luego todo un héroe. Aguantó todos los años de la carrera, los de mi crecimiento, los de mis primeros trabajos... estuvo siempre allí; seco y siempre a punto de morir en el alfeizar de la ventana de mi habitación.
Lo traje como a un niño pequeño a la isla, donde se quedará, en el jardín primigenio. Le busqué una maceta nueva, abono y un poco de agua. El norte no es el sitio preferido de los cactos pero habiendo conocido Manolo otras privaciones éste será su paraíso.
Floreció el otro día por primera vez luego de engordar.
Como con Manolo siempre tengo un recuerdo para mis muchos compañeros en este largo viaje. Mañana inicio otro largo viaje.

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