Hormigas




Lo simple tiene el encanto de fascinaros, aunque sólo cuando reparamos en eso.

La salida de las hormigas la asocio con la infancia. Era en esos días completamente nublados pero calurosos que seguían a los primeros días del verano tan brillantes. Aquella tarde cuando el aire está completamente quieto llega un olor penetrante, ácido fórmico, y los hormigueros bullen de actividad saliendo centenares de miles de hormigas aladas preparándose para el vuelo nupcial.

Cuando anochece levantan el vuelo y son atraídas por la luz por lo que se deben apagar las luces si no se quiere una invasión de ellas dentro de casa. Dicen que pican, en realidad lo que puede resultar irritante es ese compuesto químico que usan para comunicarse, y por supuesto la sensación de que caminan por la piel.

Al día siguiente sólo hay cadáveres de los pequeños machos que se afanan otras hormigas en recoger, después de todo son comida y en la naturaleza nada se desperdicia. Por la noche miles de ellos han dado de comer a murciélagos y otros predadores. Las hembras ya fecundadas se arrancan las alas y empiezan a buscar cualquier agujero en que resguardarse del sol y lanzarse a la aventura de fundar un nuevo hormiguero.

Y así se renueva el ciclo. En sólo una noche todo el esfuerzo de un año se consuma y gran parte del mismo se pone en manos del azar... como gran parte de nuestros proyectos vitales a una escala sólo más grande pero igual de básica. Lanzamos a nuestros hijos al futuro con la incertidumbre que al tiempo es acicate y temor, tenemos la ilusión de poder controlar algo que no lo es. Y aún así el instinto nos guía a hacerlo una y otra vez... y a confiar.

Sólo la confianza nos hace creer en la esperanza.

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